Antoñete, el torero eterno de Madrid

Antoñete, el torero eterno de Madrid
Foto: Botán

Antonio Chenel Albadalejo nació el 24 de junio de 1932 en Madrid, apenas a unos pasos de la plaza de toros de Las Ventas. Sus primeros años de la infancia sobrevinieron en una España que se desangraba, donde el estruendo de la guerra resonaba en las calles. Aquellos trágicos años, se refugia junto a su familia en Castellón. En 1940 regresa a Madrid y, gracias a su cuñado Paco Parejo, que ejercía como mayoral en Las Ventas, comenzó a vivir allí, en la que más tarde sería su plaza y en la que fraguó su leyenda.

En 1949 se viste por primera vez de luces, y el 8 de marzo de 1953 toma la alternativa en Castellón de la mano de Julio Aparicio y Pedrés con el toro ‘Carvajal’, de Francisco Chica. En la revista El Ruedo se hablaba así de aquella tarde: ‘Creemos que con Antoñete estamos en presencia de un torero de extraordinarias proporciones, a pesar de que su primera actuación como matador de toros no ha sido muy afortunada. Antoñete es un torero de clase y además lidiador, condición esta muy interesante si hay que enfrentarse con corridas cuajadas. En su segundo creímos que iba a llegar la faena grande; pero el toro se vino abajo y el madrileño sólo pudo conseguir unos pases muy buenos con la derecha y dos series de naturales soberbios que ligó con el pase de pecho. Lo que hizo fue de tal calidad que pudo haber cortado la oreja si la estocada no hubiese resultado atravesada’.

Confirmó la alternativa el 13 de mayo del mismo año, con Rafael Ortega como padrino y Julio Aparicio de testigo. El toro, de Alipio Pérez-Tabernero, llevaba por nombre ‘Rabón’. 48 horas después, el día de San Isidro, abre por primera vez la Puerta Grande de Las Ventas tras cortar tres orejas a una corrida de Fermín Bohórquez. 

En aquellos primeros años, Antoñete fue ya reconocible por su sello personal: toreo clásico, despacioso, con un trazo largo y sentido. Se abría así una carrera irregular, salpicada de genialidad y de retiradas. La primera de ellas en 1959, para reaparecer en 1961 y un año después hacer otra parada de una temporada.

Dejó pinceladas de su aroma en el festival de 1965, con un toro de Félix Cameno. La obra sublime que quedaría enmarcada en su tauromaquia y en el coso venteño la firma el 15 de mayo de 1966 a ‘Atrevido’, al que todos recuerdan como el ‘toro blanco’ de Osborne. Díaz Cañabate en ABC afirmó sobre ella que: ‘Esto no es toreo de ayer, ni de hoy, sino de siempre; eso es torear sencillamente, pero con la sencillez de la elegancia, de lo delicado, de lo fino, de lo sutil’.

El 7 de septiembre de 1975, comunica su primera despedida de los ruedos oficial con una encerrona en Madrid, en la que corta una oreja. Su cuñado, Paco Parejo, es el encargado de cortarle la coleta. Aunque en 1977 vuelve a torear en Venezuela, en España no lo hace hasta el 22 de mayo de 1981 en Las Ventas para perpetuar un lustro dorado en el que se convierte en un mito dentro del corazón vibrante de los años ochenta en Madrid, cuando la Movida Madrileña florecía entre la rebeldía artística.

En 1985, Manolo Chopera lo anunció en Las Ventas el 7 de junio, con una corrida de Garzón, donde le aguardaba ‘Cantinero’. Antoñete, vestido de ‘chenel y oro’ y con la pureza como bandera, firmó otra de sus grandes obras. Le cortó las dos orejas y salió a hombros por la calle de Alcalá. Aquel año, el 30 de septiembre, volvió a cruzar esa misma puerta en su enésima retirada, sin trofeos, pero con una plaza en pie, rendida ante la grandeza de su torero.

En los años sucesivos, tuvo idas y venidas hasta que en julio de 2001, mientras actúa en Burgos, sufre una crisis respiratoria poniendo, esta vez sí, punto y final a su trayectoria como matador de toros. Después, su voz ronca dio vida a numerosas retransmisiones de Canal + hasta que el 22 de octubre de 2011 fallece debido a una bronconeumonía.

Antoñete es el torero eterno de Madrid. El de la zurda de seda y el mechón blanco. El del alma bohemia y el cigarro encendido. De los que no se olvidan, porque en cada muletazo con despaciosidad y hondura era capaz de acariciar el corazón de la afición de Las Ventas.

 

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Sandra Carbonero