Los carpinteros de los encierros de Pamplona: los guardianes del vallado en San Fermín

Mientras la ciudad entera espera con nervios y emoción el estallido del chupinazo, hay quienes trabajan en la sombra desde semanas antes para que todo esté listo. Son los carpinteros de Pamplona, artesanos de precisión y custodios silenciosos de la seguridad de los encierros.
Detrás del emblemático vallado que marca los 850 metros del recorrido cada mañana entre el 7 y el 14 de julio, hay una historia de esfuerzo, oficio y tradición. El montaje requiere 900 postes verticales, 2.700 tablones horizontales y 2.500 cuñas, cuidadosamente numerados y marcados para encajar como piezas de un puzle. Detrás de cada una de ellas hay años de experiencia, manos expertas y la confianza de toda una ciudad.
El vallado se divide en tramos fijos y móviles. Los primeros se colocan definitivamente el 6 de julio; los otros, como los de la calle Amaya y Estafeta, se montan y desmontan cada día para no entorpecer la vida de los vecinos. En total, doce puertas se cierran tras el paso de los toros y los cabestros para evitar que retrocedan. Todo debe funcionar como un engranaje milimétrico.
Desde hace más de tres décadas, esta labor recae en la carpintería Hermanos Aldaz Remiro, una empresa navarra con alma taurina. Fue en 1992 cuando la Casa de Misericordia confió por primera vez en sus manos expertas. Desde finales de mayo, cinco carpinteros trabajan nueve horas diarias durante seis semanas para que todo esté listo el día del chupinazo.
Pero su labor no acaba ahí. Durante las fiestas, cada jornada empieza a las cinco de la mañana y acaba pasadas las once de la noche, cuando se desmonta lo instalado tras el Encierrillo. Es un trabajo duro, físico y silencioso, pero imprescindible para que la emoción del encierro se viva con seguridad.
Uno de los protagonistas de esta historia es Xabier Aldaz, actual responsable del equipo. Cada mañana, justo antes de que suenen los cánticos a San Fermín, es él quien lanza el cohete que anuncia la apertura de puertas para que arranque el encierro. Un gesto breve, pero lleno de simbolismo. Heredó esa responsabilidad de su padre, Ignacio, y de su tío Fortunato. Tres generaciones al pie del vallado, tres nombres grabados en la madera invisible que sostiene la fiesta.