La sublimación del toreo según Morante
Muchas líneas se escribirán sobre la tarde del miércoles 26 de abril en La Maestranza, pero ninguna de ellas llegará a alcanzar a contar lo acontecido. Encontrar las palabras exactas para describir lo que hizo Morante es difícil. Porque el toreo son sentimientos. Hay que sentir y vivir esa catarsis de emociones que te encoge el alma y te acelera el corazón.
Morante consiguió casi lo inimaginable. Cortó un rabo cincuenta y dos años y un día después de que Ruiz Miguel paseara el último de un Miura por la circunferencia del Coso del Baratillo.
Después del lío con los quites del tercero, Morante salió espoleado y recibió con faroles a “Ligerito” para ponerse después a torear por verónicas con mucha profundidad. Por el mismo palo y con los “oles” sin cesar, lo colocó en el caballo. El recital no quedó ahí. Quitó por tafalleras con sabor añejo. Urdiales no quiso ser un mero espectador. Tomó el percal toreando con suavidad a la verónica. Morante replicó de nuevo y para sorpresa de todos, por gaoneras cargando la suerte. Comenzó el último tercio con ayudados por alto de gran ajuste. En los medios dibujó la serie de derechazos compacta. La siguiente al natural, conduciéndolo con largura y gustándose. Le prosiguió otra por el pitón derecho, que fue de altísimo nivel con el toro embebido en la muleta. Una obra cumbre que culminó con una estocada. La Maestranza no paraba de gritar “¡Rabo! ¡Rabo!”. Y así fue. Morante emocionado recogió el rabo con Romero y Paula de testigos y vestido de Joselito. “Ligerito”, coprotagonista de esta bella historia, fue premiado con la vuelta al ruedo.
Con verónicas infinitas y de gran ajuste, saludó Morante a ‘Chistoso’, que abrió plaza. El de Domingo Hernández se pegó una voltereta antes de la entrada al caballo y perdió las manos tras el paso por el mismo. Inició con mucha suavidad y toreando a favor del toro en el inicio de faena. La primera tanda por el derecho la ejecutó con encaje y ligazón. En la segunda, ya le costó más acusando también el volteretón anterior por lo que tuvo que irse a por la espada.
Con sublimes lances en los que paró el tiempo, recibió Juan Ortega a “Púgil”, que hizo tercero. Tras este importante recibimiento, Morante entró en la “guerra” de quites. Firmó cuatro verónicas de bello trazo y una media marca de la casa. Ortega aceptó el reto y respondió por delantales con armonía. La Maestranza era una locura ante tanto arrebato. El sevillano brindó al maestro Curo Romero. Lo sacó fuera del tercio para ponerse a torear con la diestra rematando con una trincherilla para enmarcar que hizo sonar la música. Los sones de “Manolete” lo acompañaron precisamente el día en el que el sevillano vestía un traje inspirado en el que llevaba aquella trágica tarde de Linares. Los naturales, de uno en uno, cadenciosos y con profundidad. Se apagó muy pronto dejando a medias la obra. Acabó con él de un pinchazo y media estocada.
Juan Ortega volvió a instrumentar un saludo de capa cadencioso con lo fue el galleo para colocar al astado en el caballo. Comenzó el último tercio de rodillas, algo poco habitual en él y en su concepto. Lo templó el sevillano con la diestra, por donde llegaron los mejores pases, pero se encontró con un oponente sin celo.
Desentendido del capote de Diego Urdiales salió “Desvalido”. Manseó ya en el tercio de varas y, en banderillas, apretó mucho poniendo en peligro a los rehileteros. El riojano se encontró con un papeletón. Un animal que pasaba con la cara alta, sin fijeza. Un gran esfuerzo el que hizo, extrayendo una tanda meritoria por el pitón derecho. Pinchó Urdiales y el toro se cruzó el ruedo hasta la puerta de chiqueros. Habilidoso, enterró la espada en esos terrenos.
Con preciosos lances saludó Urdiales a “Llorón”, que saltó en quinto lugar. Buenos fueron los puyazos que dejó Chocolate. El torero de Arnedo comenzó por doblones muy toreros. Le siguieron varias tandas con la diestra, aprovechando la calidad que tenía por ese pitón. Cinceló muletazos con largura y despaciosidad. El epílogo, con naturales y trincherillas muy estética. Una faena importante, que remata con una estocada y por la que recibe una ovación. Premio escaso para lo realizado.
Sobre las nueve de la noche, con el sol cayendo por Triana, se abría la Puerta del Príncipe. Una multitud de aficionados se tiraron al ruedo para llevarlo sobre sus hombros. El resto, se agolpa en la calle. Una marabunta que lo llevó en volandas hasta el Hotel Colón. Esto es el toreo.
Ficha del festejo:
Plaza de toros de La Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Décima de abono. Feria de Abril. Casi lleno.
Toros de Domingo Hernández, bien presentados y de juego desigual, el 4º premiado con la vuelta al ruedo. Primero y sexto, con calidad, pero venido a menos; segundo, manso; tercero, con clase, pero sin fondo; cuarto, bravo con clase; quinto, con clase.
Morante de la Puebla (de turquesa y azabache), ovación con saludos y dos orejas y rabo.
Diego Urdiales (de sangre de toro y oro), silencio tras aviso y ovación.
Juan Ortega (de rosa palo y oro), ovación con saludos y silencio.
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